Por muchas razones, Elena Asins (1940-2015) era una rara avis en la escena artística española. Alumna de Oteiza, cercana en lo formal a artistas como Palazuelo y en lo procedimental a otros como Vera Molnar o Donald Judd, formó parte de aquel grupo de artistas que en los 60 colaboró con el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid para incorporar técnicas digitales en la concepción y ejecución de sus trabajos. Aunque no llegó a producir obra durante aquella experiencia, Asins relata cómo el conocimiento de la computación la ayudó a despojar su mente de lo accesorio, incorporando los procesos algorítmicos y procedimientos como la variación y la iteración al diseño de sus piezas.
Fundamentalmente pintora y escultora, Asins se apoya con fuerza en la repetición, generando series en las que las piezas adquieren sentido como parte de una secuencia. Así introduce la temporalidad en un corpus de obra fuertemente programático y austero. Renuncia al color y a cualquier atisbo de representación. Por esto, aunque el lenguaje es uno de sus temas, lo es más la sintaxis que lo semántico. Precisamente su preocupación por la semiótica ha hecho que algunos críticos la consideren la única artista conceptual española.
La capacidad de Asins para crear una obra con un fuerte componente poético a partir de un despojamiento casi absoluto la convierte en una artista fundamental y única en el panorama español de los últimos 50 años.