Como profesor, con cierta frecuencia me encuentro con situaciones y discursos en los que lo que se cree que se debe hacer y lo que parece que se puede hacer son opuestos: lo posible no sólo no va en la misma dirección que lo deseable, sino que avanza en dirección contraria.

Esto se da en muchos ámbitos relacionados con la práctica docente, pero con especial nitidez en la introducción de las TIC. Desde la teoría se señala el cambio de paradigma que introducen las tecnologías digitales; desde la práctica se subrayan los problemas de control, de disciplina, de carga de trabajo para el profesorado. En un ámbito leemos sobre las posibilidades de consulta e interacción que posibilitan los ordenadores puestos a disposición del alumnado; en otro oímos que las aulas TIC no funcionan y los portátiles sólo sirven para jugar y distraerse. Unos hablan del fin de la dictadura de las editoriales y otros de que los materiales elaborados por los docentes no podrán estar a la altura del proporcionado por éstas. Por una parte se aplaude una mayor horizontalidad en las relaciones entre profesor y alumnado y por otra la capacidad de las PDI para absorver la atención del estudiante.

Estoy convencido de dos cosas: que será imposible avanzar hacia lo deseable sin atender antes a lo posible; y que tenemos que procurar las condiciones para que las necesidades inmediatas del aula no nos encaminen en dirección contraria a los objetivos irrenunciables de nuestra tarea. Programar las clases con el ojo demasiado puesto en el orden, el control y la disciplina limita la atención que prestamos a lo formativo; pero no tenerlos suficientemente en cuenta conducirá a situaciones en las que desempeñar la tarea educativa sea imposible.

¿Qué condiciones deberían estar garantizadas para evitar ese divorcio entre lo que queremos y lo que podemos hacer? Pongámoslo en forma de lista:

  • Ratios más adecuadas a las necesidades de atención individualizada del alumnado.
  • Nueva organización de las aulas que integre con fluidez las TIC, para lo que el punto anterior es imprescindible.
  • Impulso decidido a la formación del profesorado. No sólo un impulso cuantitativo, sino sobre todo cualitativo, que atienda menos a lo procedimental y más a ampliar horizontes, mostrar nuevas direcciones.
  • Incentivar al profesorado reconociendo su trabajo fuera del aula y la autoformación, y premiando las iniciativas relevantes en el aula.
  • Nuevos procedimientos de evaluación.

No es que tenga esperanza en que esta lista de deseos se cumpla a corto o medio plazo, o en el plazo que sea. Sólo expreso mi convencimiento que que esto debe ser así.

Lo importante de las TIC aplicadas a nuestro trabajo no es que nos permitan hacer mejor lo mismo de siempre, sino que hacen posible dar respuesta a nuevos problemas y nuevas necesidades, algunos de ellos motivados precisamente por la plena integración de esas tecnologías en la vida cotidiana. Sería difícil de explicar que el mayor avance en tecnología educativa desde la imprenta sirviera para ensanchar la brecha entre vida y escuela por dejadez de ésta última.

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