Ayer tuvo Shus Terán el detalle de recordar en Tarifa al Día y en Europa Sur el mural que pinté hace 25 años en la plazuela que hay entre Calderón de la Barca y La Paz.

La interpretación que hace es bastante acertada, más allá de lo que hubiera podido sacar de la breve conversación que mantuvimos días antes. Le agradezco mucho el interés que se ha tomado y el tono tan amable del artículo. En efecto la clave de la composición era desandar el camino recorrido por Velázquez: lo que en sus Borrachos era humanización de un tema mitológico, en los míos era devolver a los personajes su condición mitológica… sólo que con esa divinización ganaban bien poca cosa. Sí, son dioses, pero mira qué dioses.

Gracias a la mención de Shus y a los comentarios recibidos por una vía u otra he tenido ocasión de recordar mejor aquel momento y aquel trabajo. Me gustaría compartir algunos datos, por si alguien tiene curiosidad.

En efecto, tanto los propietarios del Hubi como yo suponíamos que el muro sobre el que se pintó no pasaría del verano, por lo que no nos molestamos en preparar la pared. Lo pinté directamente sobre el ladrillo blanqueado, con acrílico de bote (Titán). Que el sol y la lluvia no lo hayan borrado por completo es un misterio como el de las caras de Bélmez… o eso o precisamente la rugosidad y superabsorvencia del hormigón explican que no se haya caído.

Aunque el mural se aleja bastante del tipo de pintura que hacía entonces, y más aún de cualquier cosa que haya hecho luego, sí hay algunas conexiones. En aquella época pintaba mucho, como corresponde a un estudiante de Bellas Artes, y para no quedarme sin temas había adoptado un método que me permitía inventarme cuadros con alguna rapidez: tomaba obras clásicas, sobre todo del Renacimiento y el Barroco, y pintaba versiones rápidas, siempre buscando algún giro irónico o irreverente. En aquel momento la mayor parte de la pintura que hacíamos todos era de raíz pop o de raíz expresionista… yo procuraba ser expresionista en el estilo y pop en los temas.  La diferencia entre esos Borrachos y lo que pintaba enconces está sobre todo en el color: por razones que no excluyen la diferencia de precio entre unos colores y otros, usaba siempre tonos oscuros y tierras, combinándolos con algún toque de color muy intenso. Además aprovechaba cualquier resto de pintura vieja o estropeada, cualquier material que pudiera añadir para darle cuerpo. El aspecto de mis cuadros de la época era bastante podrido y feísta, y me encantaba. En el mural usé tonos mucho más naturales y luminosos, para eso es una escena de playa. Y aunque sí hay toques feístas, no son tan acentuados.

Sobre los personajes: el de la cara de perro es Anubis, el dios-chacal egipcio; el perro de abajo es el que aparece en Las Meninas; y Baco, según una correspondencia iconográfica que aprendí de Pérez Villalta, es Cristo.  Lo que está haciendo con las dos copas es multiplicar el vino. Las gafas rojas a lo John Lennon y el pendiente se los añadió alguien mucho después. Y el stencil de Dr Hofmann que hay al lado parece abrir un diálogo, no sé si de besugos.

Me han preguntado algunos sobre la posibilidad de restaurar el mural. Me temo que es imposible, en todo caso habría que repintarlo entero, y… la verdad es que no estoy por la labor. Alguna vez a lo largo de estos 25 años se me ha pasado por la cabeza cubrirlo de blanco, preparar la pared y pintar otra cosa encima, pero al final decidí que no tenía derecho, que aquel trozo de pared está lejos de ser mío. En todo caso es propiedad de un chaval de 20 años de hace un cuarto de siglo, y de los vecinos de un pueblo que decidieron respetarlo el tiempo suficiente para que acabase formando parte de su memoria. Incluso el hecho de que su autoría fuera anónima para casi todo el mundo me parece que le sentaba bien… ahora que tiene autor es como si hubiera perdido parte de su gracia.

Pregunta un forista en Tarifa al día si es que no me gusta el mural. No es eso, es sólo que no me parece muy mío. Creo que el valor que pueda tener se debe menos a mi trabajo y más a los 25 años que lleva ahí. Y no es modestia, ni falsa ni de la otra. Cuando me parece que he hecho algo que vale la pena no me corto en decirlo. Digamos que lo apreciaría más si fuera de otro.

Pero lo cierto es que el arte callejero me interesa bastante, casi tanto como he ido perdiendo la fe en la pintura de caballete como arte contemporánea, y que hace tiempo que me apetece quitarme el gusanillo… igual es hora de echarse a la calle y ensuciar alguna otra pared, ahora que están blanquitas. ¿Quién se apunta?

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